La mesa y la cocina son escenarios fundamentales durante la crianza, pues además de ser uno de los espacios en los que más tiempo pasamos con nuestras figuras maternas, también son un territorio de exploración y aprendizaje. Ya sea que nuestras mamás hayan sido cocineras innatas o que nos hayamos apoyado un poco más en el microondas, la hora de la comida es un espacio lleno de lecciones ‘foodies’ que poco a poco vamos entendiendo más bien como lecciones de vida. Si el amor por la comida es uno de los grandes puntos de encuentro entre tu mamá y tú, probablemente hayas aprendido estas ocho lecciones de vida sentadx a la mesa.
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Hay que probar de todo
Una regla de oro entre las madres ‘foodies’ es que, antes de decidir si nos gusta o no algún platillo, primero hay que probarlo. Y es que la vida es así: la única forma de saber si disfrutaremos algo o no es intentarlo. El mundo está lleno de experiencias variadísimas, y aunque es válido y normal no ser fan de absolutamente todas, muchas veces nos cerramos a conocer cosas nuevas por miedo o prejuicios que al final resultan quedarse chicos en comparación con la gratificación de descubrir algo que jamás hubiéramos esperado nos hiciera felices. Por otro lado, esta lección también nos enseña que la experiencia es valiosa para formar un criterio, y que una vez formado ese criterio, también está muy bien decir que no en el futuro.
Barriga llena, corazón contento
Hay días que, por un motivo u otro, sencillamente no son tan buenos, y aunque quizá la vida no se resuelva con un caldito de pollo o un helado bien servido, sí que pueden ayudar a levantar los ánimos. Cuando la vida se pone ruda, es importante recordar y procurar las dos aportaciones nutricionales de la comida: nutrir al cuerpo y apapachar el alma. Porque quizá hay momentos en los que lo que necesitamos es un poco de consideración, paciencia y cuidado, y existen dos escenarios viables (y no mutuamente excluyentes): en los días en los que parece que todo se nos viene encima, está bien consentirnos con un chocolate, una malteada o una hamburguesa, y en los días en los que no queremos ni levantarnos de la cama, hay que recordar que nuestro cuerpo nos necesita y, como mamá, hacer un esfuerzo por alimentarlo y mantenerlo fuerte (aunque no muera de ganas).
Los mejores apapachos entran por la boca
Esta es lección de mamás y abuelas y de todx aquel que alguna vez haya entrado a la cocina a cocinar para más de uno: hacerle de comer a otrx es una muestra de amor enorme. La cocina implica tiempo y trabajo, así sea una cena celebratoria o la comida del día a día. Quienes tenemos corazón ‘foodie’ lo sabemos: la comida es un lenguaje del amor que sabe diferente cuando proviene de las manos de nuestros seres queridos (y no tiene nada que ver con la técnica o la destreza del cocinero). Quizá sea el cliché más grande del mundo, pero es cierto, el cariño es un ingrediente especial que hace toda la diferencia cuando se trata de consentir las papilas gustativas de la gente que queremos.
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La comida sabe mejor compartida
Hay hogares en los que la comida es un evento, un espacio de convivencia para relajarnos y compartir mesa con la gente que amamos. No se necesita nada muy sofisticado, y aunque las largas sobremesas llenas de plática y risa son una delicia, tampoco son exactamente el corazón de esta lección. Se trata, más bien, de compartir el momento y el gusto, así se trate de un banquete o sencillamente de un tentempié a mediodía. Quienes crecimos con esta lección la llevamos en la médula, y asociamos la comida con momentos cargados de cariño y confianza, espacios de tregua en los que se suspenden los asuntos externos por un rato para comer juntxs, de modo que guardarle un lugar a alguien en la mesa o esperarle para compartir un bocadillo se convierte en un símbolo de complicidad y cariño enorme.
Evita poner en tu plato más de lo que puedes comer
Todxs hemos estado ahí: tener mucho más antojo que estómago no es fácil, sobre todo cuando las opciones son variadas y emocionantes por igual. Una de las primeras lecciones que aprendemos en la mesa es, precisamente, que debemos saber reconocer nuestros límites antes de llegar a ellos. Esta lección va aunada a otra muy importante: que hay que saber priorizar, elegir lo que más queremos y lo que más nos conviene, respirar profundo y entender que soltar algo bueno esta vez no significa soltarlo para siempre. Al final, la vida es más llevadera sin la presión de terminarlo todo en un solo bocado.
Las cosas hay que comerlas antes de que se enfríen
Hay platos que saben mejor calientes, y nadie lo sabe mejor que las mamás que ven a sus hijxs crecer a velocidades vertiginosas. El tiempo pasa, las cosas cambian y hay que saber aprovechar el momento. No se trata de temer todo el tiempo que las cosas se enfríen o se acaben, sino de aprender a reconocer aquello que puede esperar, y aquello que sencillamente no, y darnos la oportunidad de disfrutarlo ahora. La sopa, el café, el cariño y la compañía son cosas que saben mejor en cuanto se sirven, y aunque nada es eterno, sí pueden llegar a dejar marcas que duran para siempre.
Las verduras van antes del postre
Esta lección no es divertida de aprender y, lamentablemente, no se vuelve más emocionante con los años. Sin embargo, una de las enseñanzas más importantes durante la infancia es que hay veces en las que tenemos que priorizar nuestro bienestar y saber elegir lo que nos hace bien. Y claro, siempre habrá tiempo y espacio para el postre (que ojo, no es que haya que ‘ganárselo’), pero a la larga, la paciencia es una virtud cuyos frutos se manifiestan tanto en el presente como en el futuro.
Eres lo que comes
Probablemente no sea de la boca de nuestras mamás de donde escuchemos esta frase por primera vez, pero sí es junto a ella donde lo aprendemos. La comida, además de satisfacer una necesidad fisiológica, está atravesada por factores sociales, identitarios y comunitarios fundamentales. Porque lo que nos llevamos a la boca no aparece de la nada, de algún lugar habrán de venir los ingredientes, y de algún otro las recetas, y las manos que lo preparan. Las mamás son, de muchas formas, nuestro primer sostén y alimento, las personas que nos guían y nos nutren, el lugar de donde venimos. Si somos lo que comemos, mucho le debemos a nuestras madres.