La Ciudad de México cuenta su historia de forma silenciosa en sus calles y sus edificios más antiguos. No solo hablamos de los grandes íconos de la historia del país, como el Castillo de Chapultepec o el Palacio Nacional, sino también de esos espacios cotidianos que fueron forjando tanto los eventos como la identidad nacional. Las cantinas jugaron muchas veces ese papel de testigo silencioso pero imprescindible de la historia, pues estos eran sitios de encuentro en los que la plática corre de forma extraoficial, permitiéndole a la gente actuar como personas y no como personajes. El bar La Ópera es uno de esos lugares que, sin ser tan evidente, han visto pasar a algunas de las figuras más prominentes de la historia de México, empezando por Pancho Villa, quien dejó en el techo un balazo como huella de su presencia.
Antes de adentrarnos de lleno en el tema del bar La Ópera, vale la pena recordar otros lugares históricos en la CDMX que no necesariamente aparecerán en los libros de texto. Un ejemplo de ello es la Casa de los Azulejos —que curiosamente se encuentra justo enfrente de la ubicación original del La Ópera—, uno de los primeros inmuebles construidos después de la conquista de Tenochtitlan que durante siglos fungió como residencia y que hoy es uno de los restaurantes más tradicionales de la ciudad. Otro ejemplo es el Café Tacuba, por cuyas mesas también pasaron algunos de los nombres más prominentes de la política, la cultura y el activismo de nuestro país.
Ahora bien, hoy en día el bar La Ópera se ubica en la esquina de 5 de mayo y Filomeno Mata y es un restaurante al que se puede ir en familia, pero nada de esto era así en un principio. Para empezar, este lugar histórico abrió sus puertas por primera vez en 1876, en la esquina de San Juan de Letrán y Avenida Juárez —es decir, donde hoy se encuentra la Torre Latino—, como una pastelería fina y muy exitosa entre las clases altas. Poco menos de 20 años después, el local se traspasó a su ubicación actual, esta vez para convertirse en cantina.
Durante sus primeros años, el bar La Ópera era frecuentado por figuras de la aristocracia porfiriana, como José Ives Limantour (ministro de Hacienda) y el mismísimo Porfirio Díaz. Por otro lado, vale la pena mencionar que, aunque las cantinas son también uno de los principales espacios en los que floreció la cultura machista —pues estaba prohibida la entrada a mujeres—, aquí había un área en la que las señoras podían reunirse a convivir, y se dice que incluso Carmelita Romero Rubio, esposa de Díaz, solía visitar el lugar.
Con la llegada de las tropas revolucionarias a la ciudad, villistas y zapatistas comenzaron a apropiarse del espacio, resignificándolo de modo que las clases bajas sustituyeron a las altas. Así, la vida cotidiana era un reflejo directo de lo que estaba sucediendo a nivel político. Si miras bien, todavía hoy es posible ver el hueco de un balazo que, cuenta la leyenda, ningún otro que Pancho Villa disparó contra el techo para llamar la atención de sus tropas.
Tras el triunfo de la revolución, la clientela volvió a reconfigurarse, y cuentan que no era raro encontrar políticos, empresarios e incluso presidentes entre sus comensales. Por otro lado, figuras del periodismo, el arte y la literatura también comenzaron a frecuentar el bar, como Carlos Monsivais, Carlos Fuentes, Jacobo Zabludovsky, Gabriel García Márquez, Sofía Basi y Octavio Paz. Hoy por hoy sigue siendo interesante ver la evolución del bar La Ópera, el cual todavía conserva algunos elementos del mobiliario y la decoración originales, como la barra traída de Nueva Orleans, la hoja de oro del techo, las mesas y el tapiz.
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