Entre las más de 70 iglesias que adornan la ciudad de Puebla con su rica herencia arquitectónica, una se destaca de manera excepcional: la Capilla del Rosario. Conocida no solo por su belleza singular, sino también por su resplandeciente opulencia, al visitarla estarás admirando una de las joyas barrocas más hermosas de América. Hace 200 años, el célebre explorador Alexander von Humboldt, conocido por su cartografía de la tierra, exclamó desde el interior de la capilla: ‘Señores, yo conozco la tierra, conozco las maravillas, pero en toda mi vida yo no he visto algo como esto. Pensé que iba a morir sin conocer lo que a mi juicio sería la octava maravilla del mundo’. Y es que es así, desde el momento en que cruzas sus puertas, el resplandor dorado y la riqueza decorativa te envuelven en una experiencia única de arte y devoción.
Esta capilla se ubica dentro del Templo de Santo Domingo, en el centro histórico de Puebla, su construcción comenzó en 1650 y terminó en 1960. Se dice fácil pero fueron 40 años de trabajo arduo y meticuloso. En su inauguración fue consagrada al obispo Manuel Fernández de Santacruz, un gran mecenas del arte religioso. Aunque no existe una prueba fehaciente sobre quién donó la inmensa cantidad de oro que se utilizó para la decoración, hay una leyenda popular que se atribuye a Antonio Obregón, un minero que tras sobrevivir a un naufragio prometió a la Virgen del Rosario donar el oro de sus minas para la construcción de la capilla.
La decoración de este santuario está adornada con 24 quilates de oro puro. A diferencia de la chapa de oro, que tiende a oxidarse en aproximadamente 80 años, el oro puro de la Capilla del Rosario mantiene su esplendor intacto. Según los historiadores, para que los indígenas pudieran trabajar el oro, primero lo fundían con polvo de plata en un proceso conocido como aleación, creando un metal sólido y manejable. El metal resultante se envolvía en pieles, y los orfebres lo golpeaban y estiraban hasta obtener una lámina de oro extremadamente delgada. Esta delicada capa de oro es la que adorna toda la fachada de la capilla. Además, se dice que los indígenas emplearon un pegamento elaborado con ingredientes naturales para fijar el oro, utilizando miel de abeja, clara de huevo, sábila, baba de nopal, sangre de animales y mezquite, demostrando un ingenio y una habilidad artesanal impresionantes.
Los frailes dominicos encargaron la creación de este majestuoso santuario con el propósito de erigir un espacio de devoción que reflejara la riqueza y el esplendor de la Nueva España. La obra fue llevada a cabo por indígenas mixtecos, zapotecos y oaxaqueños, ya formados en las escuelas de arte de la región. Estos artesanos imprimieron un estilo barroco, caracterizado por su exuberancia en detalles y la profusión de elementos ornamentales. Los retablos dorados, las esculturas de santos y vírgenes, los frescos y los pisos de mármol contribuyen a crear una atmósfera de gran solemnidad y belleza. Aunque el estilo es predominantemente barroco, se puede observar la influencia de la cultura indígena en algunos detalles decorativos, como las representaciones de la flora y fauna locales.
En el centro de la capilla se encuentra la Virgen del Rosario, que porta una esplendorosa corona de oro sólido de 23 quilates, al igual que la corona del Niño. El Rosario, un regalo de los marineros del siglo XVII, está compuesto por perlas de mar. El vestido de la Virgen está finamente tejido con hilo de oro de 21 quilates, y la luna sobre la que se encuentra es de oro blanco con plata. Flanqueando a la Virgen, se erigen 12 columnas de piedra ónix, mientras que encima de ella está representado Santo Domingo de Guzmán y, más arriba, el Arcángel Gabriel. En el techo, la paloma del Espíritu Santo se destaca, rodeada por los dones del Espíritu. Justo debajo, 16 mujeres santas mártires adornan el espacio. Debido a su inigualable valor histórico y artístico, la Capilla del Rosario ha sido designada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.