Si eres amante de la historia, la arquitectura y la gastronomía, Puebla es un destino que por nada del mundo puede faltar en la agenda. Durante el virreinato, la ciudad vio un auge incomparable debido a que se trataba de un punto estratégico en la ruta entre la Ciudad de México y el puerto de Veracruz. Todavía hoy, pasear por su Centro Histórico es la mejor forma de viajar en el tiempo y descubrir las enormes casonas y construcciones coloniales de estilo barroco. Una de las más icónicas es la Casa de Alfeñique, que desde hace casi cien años es el Museo Regional del Estado, pero cuyo origen se vincula con una de las historias de amor más legendarias.
Una casa hecha de dulce
Construída en 1790, esta casona es uno de los mejores ejemplos del barroco poblano, y ha habitado el imaginario colectivo de la sociedad durante siglos hasta convertirse en parte inherente de la identidad de la ciudad. Su sobrenombre ‘Casa de Alfeñique’ proviene precisamente de su decoración suntuosa, con una fachada ornamentada con argamasa que da la impresión de ser dulce de alfeñique, un postre típico español hecho con azúcar, clara de huevo y almendra.
La leyenda de la Casa de Alfeñique
Sin embargo, cuenta la leyenda que detrás del nombre tiene un origen aún más dulce. Se dice que hacia finales del siglo XVIII, un joven español llamado Ignacio Morales desembarcó en la Nueva España con la intención de hacer aquí una vida y amasar fortuna. Sin embargo, sus planes se precipitaron al conocer a Guadalupe de la Hidalga, de quien quedó profundamente enamorado y decidido a casarse con ella. Para demostrar la grandeza de su amor e impresionar a la joven, se resolvió a darle un regalo que fuera más magnánimo y significativo que cualquier otro que sus adinerados pretendientes pudieran enviar: la casa más elegante de Puebla.
Se dice que si bien el joven aún no contaba con suficiente fortuna como para construir una casona de las dimensiones que la situación ameritaba, no se vio desanimado y, en un golpe de suerte, logró multiplicar sus ahorros tras una partida de cartas. Así, mandó diseñar un inmueble en la esquina de la 6 Norte y la 4 Oriente en el Centro Histórico de Puebla. Azulejos, maderas finas, elegantes candiles, muebles importados, techos decorados con frescos y suntuosa herrería: el barroco se trata de detalles y la Casa de Alfeñique no escatimó en ninguno. Así, logró demostrar a su amada sus nobles intenciones en ofrecerle una vida estable y tranquila.
El primer Museo Regional del Estado
En 1896, el inmueble dejó de funcionar como casa habitación, y en 1926, la Casa de Alfeñique abrió sus puertas como el primer Museo Regional del Estado. Cuenta con 16 salas de exhibición que abordan distintas temáticas —como una sala dedicada a la talavera, otra sobre la gastronomía poblana, otra sobre dulces típicos y otra incluso sobre la figura de la China Poblana— y que resguardan distintos objetos de gran valor histórico, como los carruajes del gabinete presidencial de Porfirio Díaz.
La planta alta recrea cómo hubiera sido la Casa de Alfeñique en los siglos XVIII y XIX, cuando todavía era la residencia familiar. Sus cuartos y pasillos están vestidos con mobiliario estilo renacentista y chippendale de origen francés, así como distintos elementos importados desde Europa y obras de arte como bodegones y pintura religiosa. Entre los ambientes que podemos admirar, destacan la sala de costura, el despacho, el comedor, la sacristía, la capilla y la cocina típica de los hogares poblanos.
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