Recorrer el Centro Histórico de la Ciudad de México es traer a colación más de una imagen que seguramente vimos en postales, fotografías antiguas o incluso redes sociales. Desde el Palacio Nacional hasta la Torre Latino, pasando por el Palacio de Correos, Bellas Artes y la Catedral Metropolitana, aquí podemos encontrar algunos de los edificios más bonitos y emblemáticos de toda la CDMX. Uno de los más icónicos se encuentra sobre la calle de Madero, y su fachada sobresale de cualquier otra en las inmediaciones hasta tal punto que desde hace siglos (literalmente) le ha dado el nombre y la imagen que todo ‘chilango’ tiene grabado en la memoria: la Casa de los Azulejos. Hoy en día, este lugar alberga uno de los restaurantes con mayor tradición en México, pero no siempre fue así. Aquí te contamos más sobre la historia de este emblema de la ciudad.
La construcción del inmueble es más antigua que los azulejos que hoy en día lo recubren e incluso que la calle en la que se encuentra. Fue precisamente en 1524, durante los primeros años de la colonia —mucho antes de la Revolución Mexicana y de que Pancho Villa renombrar la calle de Plateros con el nombre de Madero— que se construyeron aquí dos predios que, unas décadas más tarde, se convertiría en la casa de los Condes del Valle de Orizaba, una poderosa familia emparentada con virreyes y conquistadores que conservaría la propiedad hasta finales del siglo XIX. De hecho, fue el séptimo conde quien, en el siglo XVIII, ordenaría remodelar los interiores de la casa y revestir la fachada con una deslumbrante armadura de azulejos de talavera traídos desde Puebla, convirtiéndola así en la que hoy conocemos como la Casa de los Azulejos, uno de los principales referentes del estilo churrigueresco.
Después de más de 350 años fungiendo como casa particular, la Casa de los Azulejos se convirtió en 1892 en el famoso Jockey Club, un exclusivo centro de reunión para los aristócratas más destacados del porfiriato. Así, este lugar vio pasar a los personajes más poderosos de aquel periodo tan representativo de la historia de México, hasta que llegaron a la capital las fuerzas de la Revolución Méxicana para desmantelar el régimen porfirista y su orden social. De hecho, durante un breve periodo de más o menos un año, Venustiano Carranza cedió el inmueble —que durante casi cuatro siglos había estado en manos de la élite— para convertirlo en la Casa del Obrero. Sin embargo, la organización se disolvió al poco tiempo y la casa quedó abandonada.
Como era de esperarse, este abandono no duró demasiado: en enero de 1919, los hermanos Walter y Frank Sanborn alquilarían el edificio para convertirlo en farmacia, droguería y, por supuesto, en uno de los restaurantes de mayor tradición en el centro de la ciudad: el famoso Sanborns de los Azulejos. Afortunadamente, las autoridades siguieron de cerca la restauración del edificio, cuidando no alterar las características principales y los acabados más representativos de este edificio histórico.
Así pues, ya para la década de 1920 el lugar se había convertido en un punto de reunión para todo tipo de públicos, desde políticos y empresarios hasta artistas, periodistas y escritores. En 1925, José Clemente Orozco pintó el mural titulado ‘Omnisciencia’, el cual enmarca las escaleras con barandales de hierro hasta el día de hoy. Lo que antes era un patio central, sería ahora un gran comedor, y las antiguas caballerizas se llenarían de mesas. Se dice que la Casa de los Azulejos, testigo de tantos momentos históricos desde la fundación del Virreinato de la Nueva España, fue también un lugar de vanguardia gastronómica, pues fue uno de los lugares donde se sirvieron por primera vez en México platillos que hoy en día no podrían ser más clásicos, como los sándwiches, las enchiladas suizas, los molletes y las sodas.
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