Hay momentos en la vida en los que sentimos que hemos perdido las riendas. No se trata solo de controlar lo que hacemos y lo que nos sucede, sino de no saber ni tan siquiera qué es lo que queremos. Hemos perdido de vista lo que nos importa, y por ende, nos quedamos sin brújula en un mundo en el que es fácil sentirse a la deriva. En 2006, la autora Elizabeth Gilbert publicó Comer, rezar, amar, en el cual comparte las memorias sobre el viaje que emprendió para reencontrarse a sí misma después de un periodo de crisis en su vida personal.
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Este libro fue tal éxito editorial que tan solo cuatro años después se convirtió en una entrañable película protagonizada por Julia Roberts. En esa historia, Liz va recuperando esa conexión con el mundo y consigo misma a partir de un largo viaje que la lleva a tres destinos donde redescubre los distintos placeres de la vida: la comida, la espiritualidad y el amor. Aunque en la vida real Liz el viaje de Liz trazó una ruta por Italia, India y Bali, este es el itinerario que pensamos que hubiera seguido si Comer, rezar, amar hubiera sucedido en México.
¡Viajen, disfruten y compartan!
Comer– Puebla
Cuando hablamos de culinaria mexicana, es importante partir del principio de la pluralidad, y reconocer siempre que no se trata de una sola tradición, sino de múltiples cocinas que retratan el enorme panorama cultural, natural e histórico de nuestro país. Sin duda, es difícil escoger solo un destino gastronómico en México, pero nos atrevemos a afirmar que Puebla hubiera sido la primera parada de la travesía de Liz Gilbert. En Comer, rezar, amar, el viaje a Italia revela, por un lado, el vínculo entre un lugar y su comida, y por otro, las relaciones que afianzamos alrededor de la mesa, dos aspectos que se pueden explorar claramente a partir de la cocina poblana.
Dentro de las muchas tradiciones culinarias exquisitas en nuestro país, la gastronomía poblana es un tesoro de ingredientes, recetas y culturas que nos cuenta una historia que conjuga técnicas e ingredientes de la cocina prehispánica con recetas de herencia europea, y posteriormente libanesa, tras la migración a finales del siglo XIX. Seguramente, en esos primeros meses de viaje Liz se hubiera colmado de cemitas, chalupas, tacos árabes, pipián verde, mole poblano y tortitas de Santa Clara para tener la misma revelación que tuvo a través de la pasta y el gelato: que la comida es uno de los grandes placeres de la vida, y que sabe mejor cuando se comparte.
Rezar– Tepoztlán
La siguiente parada en el viaje de Liz Gilbert si Comer, rezar, amar se desarrollara en México sería Tepoztlán. Si bien en nuestro país hay varios destinos con una fuerte carga espiritual —como Oaxaca, Chiapas o la Sierra Madre—, este Pueblo Mágico en las faldas del cerro del Tepozteco ha sido uno de los principales puntos energéticos de la región desde la época prehispánica. Se sabe que los vestigios arqueológicos que se encuentran en la cima del cerro era uno de los sitios más sagrados de los antiguos tepoztecos, y hay evidencia de que incluso llegaron a arribar peregrinaciones provenientes de Guatemala.
Hoy en día, Tepoztlán está lleno de hoteles holísticos, clases de yoga y retiros espirituales, pero también se preservan prácticas tradicionales como la Danza de los Chinelos, los temazcales y algunos otros rituales para conectar con el entorno y a la vez emprender un viaje interior. Más allá de abocarse a la práctica de una religión —aunque es cierto que el pasado colonial se observa también en las iglesias del pueblo—, este sigue siendo un destino que atrae a quienes buscan regresar al centro y reconectar consigo mismos.
Amar – Baja California
Finalmente, no hay lugar más indicado para permitirse volver a creer en el amor como las preciosas playas de la península de Baja California. Si bien México está repleto de playas paradisíacas, creemos que Liz terminaría su viaje en este lugar de panorámicas estremecedoras que conjugan mares y desiertos para crear paisajes del todo mágicos. Y es que específicamente el estado de Baja California tiene algunos de los rincones más sublimes a la orilla del mar, y sobre todo playas casi vírgenes de aguas cálidas y oleaje suave donde reina la paz.