Si sueles recorrer el sur del Periférico, probablemente ya hayas notado algunas esculturas que adornan ese tramo de la ciudad. Son un festín de geometrías y colores que, aunque parecen estar solas y separadas entre sí, en realidad forman parte de algo mucho más grande: el corredor escultórico más largo del mundo, conocido como La Ruta de la Amistad. Este proyecto nació cuando México fue sede de los Juegos Olímpicos de 1968, y su objetivo era transformar el trayecto urbano en una experiencia visual única, incluso para quienes solo lo cruzan en coche. Así que la próxima vez que pases por ahí y veas una de esas enormes figuras, ya sabrás que no están ahí por casualidad. Pero sigue leyendo para conocer más sobre esta increíble ruta y su historia.


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La Ruta de la Amistad: el legado artístico de las Olimpiadas del 68
Como parte de los preparativos para los Juegos Olímpicos de 1968, México no solo se enfocó en lo deportivo: también propuso un ambicioso programa llamado la Olimpiada Cultural, que integraba distintas disciplinas artísticas y científicas. La idea era que cada país compartiera lo mejor de su cultura con el mundo. Uno de los proyectos más destacados que surgieron fue el corredor escultórico La Ruta de la Amistad, una serie de 19 esculturas distribuidas a lo largo de 17 kilómetros, desde Coyoacán hasta Tlalpan. Las piezas, creadas por artistas de los cinco continentes, alcanzan alturas que van de los 7 a los 22 metros, y están pensadas para convivir con el paisaje urbano. El proyecto fue concebido por el artista Mathias Goeritz –una figura clave y, a veces, polémica dentro de la escultura mexicana–, con el apoyo de Pedro Ramírez Vázquez, presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos.


El ‘museo’ de esculturas monumentales en Periférico
El proyecto de la Ruta de la Amistad solo tenía tres reglas para las esculturas: debían ser abstractas, de escala monumental y estar hechas principalmente de concreto. Así, estas imponentes piezas llenas de formas inusuales y colores vibrantes fueron colocadas aproximadamente cada kilómetro y medio a lo largo del Periférico. En ese momento, el arte moderno salió de los museos y se plantó en las calles, ofreciendo a los espectadores un recorrido visual donde cada persona puede interpretar las obras a su manera.

Algunas de las más representativas son Señales, de la mexicana Ángela Gurría, en la Glorieta de San Jerónimo; El Ancla, del suizo Willi Gutmann, cerca de Av. Luis Cabrera; Las Tres Gracias, del checoslovaco Miroslav Chlupac, en Periférico y Pedregal; El Sol, del japonés Kiyoshi Takahashi, en Periférico y Santa Teresa. También destacan La Torre de los Vientos, del uruguayo Gonzalo Fonseca, cerca de Perisur, Hombre de Paz, del italiano Constantino Nivola, frente a Villa Olímpica, y Disco Solar, del belga Jacques Moeschal, a la altura de la zona arqueológica de Cuicuilco. Otras piezas memorables son Muro Articulado, del austriaco Herbert Bayer; Charamusca Africana, del marroquí Mohamed Melehi; y Puertas al Viento, de la mexicana Helen Escobedo, ubicada en Cuemanco.


El resurgimiento de la Ruta de la Amistad
Después de las Olimpiadas, la Ruta de la Amistad cayó en el abandono durante casi 25 años. Varias esculturas sufrieron daños por el paso del tiempo, la intemperie y el crecimiento urbano. Pero para rescatar el proyecto, se decidió restaurarlas una por una. Nació el programa Adopte una Obra de Arte, que invitó a instituciones públicas y privadas a participar financiando la restauración y conservación de las piezas. Gracias a esta iniciativa, hoy muchas de estas esculturas siguen en pie y pueden disfrutarse nuevamente. Algunas se han convertido en spots para sacar fotos, otras han sido sede de exposiciones temporales, y todas siguen siendo parte de ese enorme museo al aire libre que atraviesa el sur de la CDMX. Así que la próxima vez que pases por ahí, échales una mirada: cada una tiene su propia historia que contar.



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